- Allport, Gordon W. “Desarrollo y Cambio”, PAIDOS,
Buenos Aires, 1963.
- Aristóteles, “Moral, a
Nicómaco”, (Libro Primero, Capítulo IV) Espasa-Calpe, S.A., Madrid. 1993
- Woolfolk, Anita E., “Psicología Educativa”,
Prentice Hall, México, 6ª ed. , 1996
- Calvin, William C., “Cómo piensan los cerebros”
Editorial Debate, Madrid, 2001, 1ª ed. español.
- Gardner, Howard, “ Estructuras de la Mente. La
teoría de las inteligencias múltiples” FCE, México, 2 ed. español, 1995
- Damasio, Antonio R., “El error de Descartes. La razón de las emociones” Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1ª ed. español, 1996
Reflexiones sobre educación
miércoles, 31 de octubre de 2012
La tradición de Aristóteles y la teoría de las inteligencias múltiples.
viernes, 28 de octubre de 2011
miércoles, 12 de octubre de 2011
La gratuidad en educación: los argumentos de Peña y Paulsen en perspectiva.
Carlos Peña en su columna dominical en El Mercurio analiza la propuesta del movimiento estudiantil de otorgar gratuidad a todos los estudiantes universitarios del país, esto basado en dos argumentos: acceso universal e integración de estudiantes de distintos orígenes en los establecimientos de educación superior.
Pero esta propuesta presenta tantas debilidades que resulta insostenible desde el punto de vista de la justicia y de la integración.
En primer lugar, Peña concluye que dejar a los ricos igual y subsidiar a los pobres hace que la brecha entre ambos sea más estrecha que si les da a ambos lo mismo. Luego, es mejor dar más a los que no tienen, que dar lo mismo a los que tienen y a los que no tienen.
En segundo lugar, analiza el tema tributario, preguntándose si cambia lo anterior si se financiara la educación gravando con mayores impuestos a los más ricos. Pero el problema se mantiene igual: con prescindencia de la fuente de los recursos, se reduce más la desigualdad si se subsidia sólo a los que no tienen que si se da por igual a los que tienen y a los que no. En otras palabras, aunque los más ricos pagaran más impuestos (y parece razonable que lo hagan) no sería justo darles también a ellos educación gratuita.
En tercer lugar, está la idea de la integración. La propuesta de los estudiantes dice que un buen sistema público y gratuito de educación superior integraría a ricos y pobres en las mismas instituciones y ataría la suerte de unos a la de los otros. Pero aquí surge otra realidad aplastante: lo probable es que los cupos más valiosos se asignen a los que tienen más rendimiento y este se correlaciona con el ingreso. De modo que también si la educación fuese gratis y pública, los más ricos asistirían a las instituciones más prestigiosas y los más pobres en las menos selectivas. O sea, señala “ocurriría lo mismo que hoy, pero gratis.”
Finalmente hace luz sobre el hecho de que hay otras soluciones a ambos problemas, como por ejemplo una “ley de cuotas” o programas de discriminación positiva por los que las universidades más selectivas deberían matricular a estudiantes de sectores históricamente excluidos, ampliando la formación de élites y rompiendo el círculo vicioso de la educación hereditaria que hoy impera en nuestro país.
Fernando Paulsen, en una apasionada defensa de la gratuidad en el programa Tolerancia Cero, parte porun modelo histórico, el Chile de hace 30 años atrás y dos afirmaciones: el rechazo a la gratuidad es falaz y la educación (entendemos que superior) es un bien público. Siendo así, la educación un bien público, similar a la seguridad ciudadana por ejemplo, debería distribuirse gratuitamente entre todos los ciudadanos por igual. El fundamento financiero que Paulsen atribuye a esta medida es el hecho de que “el rico”, por sus niveles de gasto – y suponemos que pagan más tributos – contribuyen mucho más a los ingresos fiscales. Además son pocos, unas 10.000 a 15.000 personas, de modo que el mayor gasto por gratuidad sería escaso y estaría financiado por los impuestos que ellos pagan. La gratuidad dice “es la única forma de corregir una serie de desequilibrios de cuna gigantescos”. Insiste en fiscalizar el pago de impuestos de los más ricos y eventualmente una reforma tributaria que aumente su contribución. Dice no entender dónde está el hecho de que los más pobres financian a los más ricos. Eso es lo que vamos a aclarar ahora.
El ejemplo de partida de Paulsen es una muy mala comparación: al señalar que hace 30 años la educación superior era gratuita, olvida que los estudiantes de educación superior eran el 2,5 % de la población, todos de los estratos de ingresos más altos de la sociedad. Mientras tanto, los más pobres tenían 5 ó 6 años de educación básica y la deserción antes de 4° Básico superaba el 50%. El 2,5% de la población que llegaba a la Universidad y ya que las Universidades del Estado eran totalmente financiadas desde elpresupuesto nacional,era financiado por ingresos tributarios indirectos que son por definición regresivos, y que alcanzaban al 60%, mientras los impuestos directos aportaban un 24% de los ingresos, pero con tasas de elusión y evasión tan altas que tambien los transformaban en cargas regresivas para los contribuyentes. Lo que hace Paulsen es poner como ejemplo un país en el que la clase media era subsidiada además de la educación, en la vivienda, la salud, y la previsión social. Su argumento entonces es pésimo, porque está hablando de una sociedad brutalmente desigual y llena de miseria y donde además, los más pobres contribuían, pagando impuestos indirectos, proporcionalmente mucho más de los más ricos a financiar el Estado y los subsidios. Hay que mirar someramente el financiamiento fiscal hoy día para darse cuenta que aunque no estamos ante la misma situación de los 60 y 70, los impuestos indirectos, principalmente el IVA, constituyen en 50% de los ingresos tributarios. O sea, sigue siendo un sistema tributario regresivo y eso continuará haciendo que los pobres financien a los más pudientes. Estos no son las 5 familias, como afirma Paulsen de manera bastante banal. Son las familias del 4° y el 5° quintiles de ingresos del país. Aun cuando se pueda estar de acuerdo en que se apliquen aranceles diferenciados o un subsidio menor al cuarto quintil, el hecho crudo es que si se subsidia a todos por igual, caeremos en una inaceptable trampa de inequidad.
Por otra parte, siempre hay asignación alternativa de recursos y no hay que olvidar que en Chile queda un 15% de pobres, que requieren educación básica y media de calidad, no educación superior. Dentro del presupuesto de educación, optar por asignar recursos a la educación básica y media para los pobres, de buena calidad y gratuita, resuelve una injusticia que nos avergüenza como chilenos. Financiar la totalidad de los estudios superiores a todas las familias es desde este punto de vista, una medida regresiva. Entendiendo que hay que canalizar subsidios a la clase media, es necesario recordar que los más pobres no tienen redes de apoyo ni gastan tiempo en seguir redes sociales, no tienen salud decente, carecen de seguridad social y viven en sectores que carecen de apropiados servicios comunitarios. Cuando se deja de lado financiar a los pobres por financiar a los que tienen más recursos, lo que se hace es que los pobres, al no recibir los servicios de que carecen, contribuyan a financiar la gratuidad para los estratos de más ingresos. Pero además, ellos no van a la Universidad, de modo que no recibirán tampoco subsidios por ese lado. Paulsen lo que hace es hilar una sucesión de medias verdades e inexactitudes históricas que no logran desmentir el argumento de Carlos Peña: la gratuidad para todos en la educación superior, es una política pública regresiva.
jueves, 6 de octubre de 2011
Macrotendencias en la educación chilena en los próximos años.
lunes, 10 de enero de 2011
sábado, 8 de enero de 2011
Nuestros valores y la reforma educacional.
martes, 5 de octubre de 2010
Todo tiempo pasado ¿fue mejor? (Una respuesta muy poco popular a la radical propuesta del senador Gómez.)
Senador José Antonio Gómez (a Tercera 25 de Mayo, 2010)
Formo parte de los muchos miles de profesionales chilenos formados en las décadas de los 60 y 70, a quienes los pobres de Chile nos financiaron y dieron gratuitamente nuestros estudios básicos, medios y universitarios. Obtuve mi Diplomado en Ciencias Políticas y Administrativas y mi título de Administrador Público, en la Universidad de Chile, con mi familia haciéndose cargo, con mucho esfuerzo, debo destacarlo, solo de los gastos básicos de mantención, salud (en parte, la otra estaba también subsidiada.), textos y otros bastante congruos.
Por lo que recuerdo, en mi escuela, Ciencias Políticas y Administrativas de la Universidad de Chile, el casi 100% de los alumnos éramos de aquellos que se califican como clases media y alta. Solo unos 5 ó 6 entre 500 se podían calificar como provenientes de familias pobres. Esto no era una excepción: toda la matrícula universitaria de la época presentaba la misma característica. Solo un 2% de los alumnos de todas las universidades chilenas (9 en ese momento) provenían de familias de menores recursos, cantidad compuesta por un 0,4% hijos de campesinos y el resto de pobres urbanos.
Recorrer Santiago, Valparaíso, Concepción y la mayor parte de las ciudades chilenas significaba encontrar un compacto cinturón de miseria agobiadora: las llamábamos “poblaciones callampas”, porque surgían de la noche a la mañana, construidas con cuanto elemento de desecho se podía encontrar: fonolas, tablas, cartón, género, ramas de árbol, de todo, para elevar una “vivienda” sin piso, sin ventanas, con techos tan precarios, que durante las lluvias los habitantes debían refugiarse todos, guaguas incluidas, en un sector donde no cayera agua y durante los veranos no podían impedir que ejércitos de moscas y otros vectores ingresaran con su carga de excrementos y desechos a infectar a los moradores, los alimentos y el agua habitualmente estancada en “lavatorios” dentro del recinto. Los espacios públicos no eran mejores: calles que virtualmente no existían y las existentes sin veredas, cercar de cursos de agua que rebalsaban en deshielos y lluvias anegándolos, infestados de ratones, excrementos de caballos y otros animales y que con dificultad eran saneados por los mismos habitantes y el Estado. Mientras tanto, las familias de clase media, tenían mecanismos altamente subsidiados para la adquisición de sus viviendas, acogidas también a exenciones tributarias importantes.
Recorrer el campo era una experiencia similar, con la única diferencia que al menos los inquilinos recibían como parte de su jornal, un plato de legumbres y una “tortilla” al día, lo que les daba una precaria continuidad en la alimentación, pero no les evitaba el resto de las muchas miserias que azotaban a los pobres en este país.
Entre 30 y 35 madres morían en el parto por cada 10.000 nacidos vivos, 40 niños de cada 1.000 nacidos vivos morían antes de las 24 horas de vida y en total 120 habrían fallecido antes del año de vida, como efecto de las malas condiciones de vida, la falta de atención de salud o simplemente el abandono.
La educación no andaba mejor. La cobertura estaba bajo el 90% y la deserción a los 4 años era superior al 40% de los alumnos, por cierto todos ellos provenientes de estratos pobres. Mientras tanto, la matrícula universitaria de pregrado aumentó entre 1960 y 1973 desde 25.000 a 150.000 alumnos. Los mayores aumentos los hicieron las universidades estatales, aunque la proporción de alumnos de los segmentos de menores ingresos en la educación superior se mantuvo exactamente igual que las tasas históricas. Estos esfuerzos eran financiados con recursos estatales de origen fundamentalmente tributario que se obtenían en un 60 % de impuestos indirectos, que son fundamentalmente regresivos, mientras que los impuestos directos aportaban un 24% de los ingresos, pero con tasas de evasión y elusión enormes, lo que también los transformaba en cargas regresivas para los contribuyentes.
En ese esquema, por cierto, para quienes teníamos la suerte de pertenecer a la “clase media”, era el mejor de los mundos: estudios gratis, vivienda subsidiada, salud subsidiada y así, vivíamos en un mundo de “subsidios cruzados” como dicen los expertos, pero que en castellano, eran regresivos y ferozmente inequitativos.
Personalmente, cuando leo o escucho las propuestas de “estatizar” la educación pública (que está administrada en este momento por el estado, ya que las municipalidades son también estado, cosa que incluso algunos senadores desconocen,) me interesa ver qué es lo que pasa con el financiamiento de esta propuesta. ¿No estaremos, me pregunto, volviendo a aquellos felices años mesocráticos, en que los que tenían más recursos pulpeaban de lo lindo a los más pobres?
Si revisamos la estructura de ingresos fiscales del período 2000 – 2008, vemos que el IVA aporta el 50%, mientras que el resto de los ingresos tributarios provinieron de impuesto a la renta y otros. Nuevamente, aunque menos aguda, la inequidad en las cargas tributarias se hace presente y los más pobres siguen financiando los subsidios de ellos y de los más “pudientes”. Por todas estas consideraciones pienso, al revés que el Senador Gómez, que afortunadamente para los más pobres su “solución” no se aplicó.
Pero no faltarán los que sigan impulsando la misma idea bajo la falsa etiqueta de “progresismo”, de traspasar solapadamente los subsidios de los más pobres a los más ricos. Como ya dije antes, mi educación y formación profesional se la debo a los millones de pobres que en esos tiempos pagaban sus impuestos si o si, para financiar los subsidios a la clase media. He intentado que mi desempeño profesional me permita devolver la mano en alguna medida, aunque siempre con una sensación de insuficiencia. Hoy día, otra forma de devolverla es negarme firmemente a aceptar que le sigan pulpeando recursos a los más pobres para financiar subsidios a los más ricos.